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LA CUEVA DEL DIABLO
Texto: Walter Bishop Velarde. Fotografías: Walter Bishop Velarde.

Con más de 123 mil kilómetros cuadrados de superficie, Durango es el cuarto estado más grande de la república pero con solamente el 1.5% del total de habitantes en el país y una distribución de la población del 31% rural, lo que refleja una campiña casi desierta, o sea, que puedes manejar, bicicletear, montar a caballo o caminar por horas y días sin ver a persona alguna en parte de este gran territorio.

Esto hace imperativo organizar muy bien tus preparativos para participar en una aventura y hacer con mucho cuidado tu lista de cosas necesarias para el viaje, ya que fácilmente con las prisas y la confianza que se pudiera tener antes de salir ya una vez en el campo, resulta que se te olvidó todo, y lo comento porque precisamente eso nos acaba de suceder recientemente. Nos invitaron a trazar una ruta de vehículos 4x4 y nadie se dio a la tarea de organizar lo de la comida y a la hora de la hora ya nos andaba de hambre.

El recorrido lo iniciamos en el ejido el Molino muy cerca del poblado de Guatimapé, y en realidad iba a ser cosa de unas dos horas, pero cuando vimos que a las precisamente dos horas habíamos recorrido apenas kilómetro y medio, las dudas empezaron a surgir.

La sierra por estas partes tiene la particularidad de grandes montañas redondas, planas en la cúspide con muchas formaciones rocosas, ya que como toda la Sierra Madre Occidental, esta región también está formada por gigantescos flujos de lava que hacen que la misma sea de Tufa Volcánica o ceniza volcánica comprimida, pero muy susceptible a formaciones rocosas por la erosión que les causa el agua, hielo, viento y fuego.

En el horizonte al paisaje lo único que le faltaba serían unos Indios Apache o Comanche que se aparecieran en el mismo, corriendo en círculos alrededor de nuestros vehículos 4x4 que para estas horas ya estaban llorando de la “friega” que les veníamos poniendo con rayones por los lados, golpes en el chasis con las peñas de los arroyos que pasábamos y en eso estábamos atorados en un cruce, cuando de la nada surgió una víbora de cascabel de más de un metro, y antes de que pudiéramos decir algo, uno de los guías locales le cercenó la cabeza de un certero machetazo. En realidad no es costumbre de nosotros causarle daño al medio ambiente por donde pasamos y si vemos una cascabel tratamos de rodearla, pero en esta ocasión la reacción del ranchero fue la adecuada pues por mero nos muerde, cosa que hubiera podido tornarse en situación de vida o muerte.

Proseguimos por el camino, o lo que quedaba del mismo, ya que no ha tenido tráfico por más de 13 años y cada vez se ponía más difícil; de repente nos salieron unos caballos mostrencos, según el guía, de una hermosura increible, desafiándosnos con su pose, y es curioso pero fue tanta la sorpresa que nos causaron que de cinco o seis cámaras que traíamos nadie pudo sacarlas con suficiente rapidez como para sacarles una buena foto, y fue una lástima pues el momento había sido muy fugaz pero de gran impacto.

Ya oscuro continuamos hasta llegar a un pequeño ranchito llamado la “Ciénega de la Casa” donde sólo vivían el vaquero, su esposa y unos niños de tres o cuatro años, muy amables y hospitalarios y ahí hicimos polla con lo que traíamos para cenar, y en realidad resultaron deliciosas las gorditas, un platillo muy extendido por toda la sierra de Durango.

Montamos campamento en uno de los llanos del lugar con unos encinos monumentales, pusimos fuego con mucho cuidado pues estaba haciendo un aire medio huracanado y había que cuidarlo para no causar un incendio, y aun cuando traíamos una botella de mezcal y otra de vino para gustos más refinados, ni una ni otra nos tomamos de lo cansado que veníamos, de todas maneras la noche era impactante y por un ratito tratamos de ver alguna estrella fugaz de la lluvia de estrellas de las Liridas que según esto estaba sucediendo, pero el próximo instante fue con el sol ya de mañana que también estaba despampanante y caminamos un ratillo para tomar alguna que otra foto de tan espléndido lugar.

Es aquí al emprender la marcha nuevamente, donde nos dimos cuenta cabal de lo mal que habíamos organizado el viaje, pues no traíamos desayuno y apenas si algo de agua y todavía nos faltaba todo el día de camino, así que sin más, nos subimos a los vehículo y a darle. Otra vez lo mismo brincando de piedra en piedra pero en jeep, hasta que divisamos nuestro objetivo que era una gran cueva llamada del “Diablo”, y vaya que sí hacía honor a su nombre, pues estaba medio lúgubre su aspecto.

Para llegar teníamos que caminar un kilómetro y medio, pero subiendo casi los 700 mts., trayecto que hicimos en casi dos horas (sin desayuno y sin agua), para hacer esto más interesante, uno de los compañeros, por una razón que todavía no entendemos, se fue por otro camino también hacia arriba pero como a 100 mts. de distancia, y por más que le gritamos no regresó, pero nosotros ya estábamos arriba y empezamos a tomar fotografías de la cueva por los grandes ventanales que habían esculpido los elementos y sorprendentemente unas pinturas rupestres bastante interesantes llegando al grado de especular si en esta cueva se pudo haber escondido el hechicero “Quatlatas” después de la Rebelión Tepehuana en 1616, y desgraciadamente unos grafitis que alguien sin sentido común ni educación habían pintado en otra ocasión .

Nos estuvimos un rato curioseando y descansando de la subida e iniciamos el descenso que en ocasiones es peor que la subida, para las rodillas más que nada, y gritándole al compañero extraviado por arriba del viento que no había dejado de soplar, hasta que muy a lo lejos se oyó un grito desesperado de “no me puedo mover”, que a su vez hizo que la sangre se nos helara de todas las disyuntivas funestas que se abrían en ese momento, el guía local brincó hacia donde se oía gritar al compañero, dejándonos en shock, hasta que al cabo de inumerables gritos y expectaciones, bajaron nuevamente el guía y nuestro compañero que se había atorado en una abra de la roca, y en verdad tuvo suerte que lo hubiéramos encontrado tan rápidamente, recordándonos lo precaria que es la vida, y que si bien es una aventura para diversión, rápidamente se puede tornar en una situación de peligro.

Ya más tranquilos, decidimos abortar lo que quedaba de la excursión, pues andábamos sin desayunar y sin comer, pues solo habíamos tomado agua de un arroyito muy pequeño y con el susto de la pérdida del compañero, al cual todos regañamos después de reírnos un buen rato para quitarnos el susto.

Es increíble las extensiones tan majestuosas que posee la campiña Durangueña, sus paisajes son sacados de cuentos y leyendas que están esperando a que alguien se atreva a recorrer los mismos, por lo que no vamos a quitar el dedo del renglón recorriendo estos caminos de Dios que sin duda llevan directo a vivir la aventura. Por ahí nos vemos.



LA CUEVA DEL DIABLO
 
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