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EL PANTEÓN DE ORIENTE
Texto: Walter Bishop Velarde. Fotografías: Walter Bishop Velarde.

El tema de los panteones es uno que tomamos con sutileza, de hecho, lo hacemos sólo una vez al año en el Día de los Muertos que a regañadientes nos lleva a visitarlos, ya que si no fuera porque ahí enterramos a nuestros deudos seguramente por mutuo propio no iríamos jamás.

Para algunos es muy escabroso platicar de la muerte y generalmente sólo lo hacemos en estos días festivos destinados a ello, muchos decimos que al mexicano nos da risa la misma y durante los días uno y dos de noviembre nos dedicamos a jactarnos de esta e incluso a celebrar “Halloween” que en cierto grado es una costumbre nórdica de lo mismo, pero regresando a lo que vamos, es que el Panteón de Oriente rara vez lo visitamos, aún cuando ya existe un museo y tours de turismo que se efectúan por ahí.

Era costumbre en los tiempos del Virreinato el establecimiento de Campos Santos (se bendecían) alrededor de los templos donde se inhumaba a los feligreses que morían, haciéndolo también en los atrios cercanos a los altares y en catacumbas, como las que tiene por cierto la Catedral aquí en Durango, de hecho había Campos Santos para los ricos, uno estaba por donde ahora es el templo San Ana (antes convento) y para los pobres que estaba alrededor del templo de San Juan de Analco.

Esto fue en la época donde en realidad los habitantes de la “Villa del Guadiana” no eran muchos, pero al crecer la población y decretarse las nuevas reglas Juaristas de Reforma incluidas las de Sanidad (1859), se vio la necesidad de establecer el panteón y se hizo en la propiedad de Juan Nepomuceno Flores, aproximadamente de 28 hectáreas, quien donó esta extensión de tierras el mismo año para que un tanto después se inaugurara con el nombre de Panteón Civil (1860) y un año después iniciara labores en abril de 1861 con la sepultura de Roberto Aragón, algo en lo que es mejor no ser el primero, pero en fin, alguien tuvo que hacerlo, (todavía encuentras su lápida).

Dicen que en el cementerio más grande del mundo, el Wadi Al-Salam en Irak que tiene 1400 años en operación, tienen enterrados 5 millones de muertos, pero aquí en Durango el Panteón de Oriente en sus 150 y tantos lustros que tiene en actividad, sólo ha enterrado a unas 230 mil personas y según nos comunican fácilmente pueden sepultar a otro tanto, ahora que si ya tiene su sepulcro no hay porque estresarse. En el Panteón de Oriente hay algunas secciones como de los chinos, alemanes, israelitas pero no están del todo definidas a excepción de la de los niños y niñas que es en el área noreste atrás de la Capilla del Reposo, misma que data de 1873.

Ahora en día el Panteón de Oriente es administrado por la autoridad municipal y se ha modernizado en muchas áreas, pero lo que sale a la luz en cuanto entra uno, es lo sofisticado de las sepulturas antiguas ya que las nuevas no llegan ni a lápida de mármol y son en verdad sencillas, pero las que son de antaño son muy elaboradas, labradas en su mayoría en cantera, unas grandes, otras más chicas, pero todas de un refinado en su creación que impresiona, y es tanto así que en el año 2002 se abrió al público un museo funerario para visitar esta área del cementerio de por si muy interesante.

El museo se llama “Museo de Arte Funerario Benigno Montoya” en honor al famoso cantero de esos años y autor de más de 100 tumbas resaltando algunas como catafalcos, criptas, esculturas, capillas y monumentos siendo más de 600 en total, habiendo piezas de sumo arte en sus representaciones.

Como era de esperarse, son muchas las leyendas sobre el Panteón de Oriente, pero quizás la más enternecedora y apegada a una realidad sea la de la “Cuca Mía”. Una historia de amor que cuenta la muerte de María del Refugio Sáenz, mujer del General Gavira (si, el mismo que demolió el convento de San Antonio, templo de San Francisco y Palacio Municipal) donde este desconsolado no acepta su partida y con fecha del 17 de Octubre de 1918 deja inscrito un poema en su tumba para la amada que dice así ““Fue a un tiempo honrada y hermosa, raro en mujer sin fortuna, cual ninguna cariñosa, discreta como ninguna. Nuestras vidas se fundieron de amor al fuego candente, más las iras atrajeron del que dichas no consciente, y arrebatar mi tesoro llegose la muerte impía, llevándose a la que adoro en mi ausencia Cuca mía”.

Esta tumba que simula un tronco con un nido y cuatro pajaritos en su interior al parecer llorando (quien sabe si lloren las aves) a su madre, una paloma yaciendo al pie del tronco en el suelo muerta, quizás sea de las más expresivas y de hecho es la única tumba firmada por Benigno Montoya. Es en verdad grande la obra de este maestro cantero ya que está presente en la mayoría de las iglesias, templos, altares y canteras del centro histórico de la ciudad y el estado, el museo en su nombre es un justo homenaje a su trabajo.

En los panteones - y el de Oriente no es la excepción - encuentra uno además de la historia del lugar narrada a través de sus monumentos, toda una fuente viva de expresión de un pueblo dicha a través de sus epitafios. Por ahí nos vemos (bueno quien sabe).

Canteras de Durango Rutilio Martínez Rodríguez
Museo de Arte Funerario Benigno Montoya Pilar Alanís Quiñones.

 
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