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PUEBLOS FANTASMAS DE DURANGO.
PRIMERA PARTE
Texto y fotografías. Walter Bishop Velarde.

En días recientes tuve el gusto de salir al campo con Carlos Lazcano, conocido historiador de Baja California, autor de numerosos libros sobre el tema, además de algunos de Chihuahua. Se trataba de visitar los pueblos mineros fantasmas de Durango o cuando menos los más conocidos, así que un día muy temprano salimos en vehículo rumbo a Tayoltita y eventualmente 11 horas más tarde llegamos a San Dimas nuestro destino intermedio, en el Municipio del mismo nombre.

Como ya hemos departido en otras ocasiones, el Municipio de San Dimas enclavado en plena Sierra Madre Occidental, tiene una historia muy ligada a Durango capital y es descrito de forma muy expresiva por el padre Jesuita Andrés Pérez de Ribas en 1645 en su “Historia de los Triunfos de Nuestra Santa Fe entre las Gentes más Bárbaras y Fieras del Nuevo Orbe ....”, el padre que al parecer anduvo por toda Latino América, dice: “Esta altísima montaña es de las más célebres que se han visto en las Indias Occidentales y Nuevo Mundo descubierto”. El terreno arriba en la sierra es de frondosos bosques - “Aquellos altísimos montes de pinares tan espesos y árboles tan levantados, que sus copas se suben a las nubes y su espesura en algunas partes no da lugar a los rayos del sol para que pasen a la tierra” - dice el padre Ribas, mismos que aun ahora a casi cien años de estar siendo explotados con tecnología depredadora sin ninguna mesura, todavía guardan su majestuosidad y causan asombro de quien no los conoce.

Es aquí también donde la sierra cae estrepitosamente hacia las planicies del Pacífico en el Estado de Sinaloa y los ríos bajan por las grandes quebradas que ellos mismos han creado, saltando como por escalones en múltiples cascadas desde más de 2,500 mts. sobre el nivel del mar hasta menos de 400 mts., altura donde ya los ríos corren más tranquilos, el padre las recordaba como: “Las quebradas de esta serranía son tales que me admiraba de que hubiesen podido penetrar por ellas los hombres”.

Según nuestro interlocutor, a quien por cierto le envidio (de la buena) su momento en la vida de aventura y descubrimiento que llevó, en 1630 entra a la región del Piaxtla, el padre Diego de Cueto por instrucciones del Obispo Fray Gonzalo de Hermosillo, 67 años después de la fundación de la Villa del Guadiana y al parecer con gran peligro pues los Indios Humes e Hinas eran de los más salvajes “por esto y por la fama de su fiereza, los españoles no habían puesto los pies en sus tierras” , la tarea se hacia más peligrosa aun, ya que después de la rebelión de los Tepehuanos de 1616, algunos de los indígenas rebeldes se habían remontado precisamente a esta parte de la sierra lo que hacía doblemente difícil el trabajo. No pasaron más que tres años para que en 1633, el capitán Bartolomé Juárez por orden del Gobernador de Vizcaya tomara acción y por la fuerza pacificara a todos los Hinas, dejando a los Humes (Yamoribas) al padre Pedro Gravina.

Se dice que en estas sierras, que son las más empinadas y fragosas de la comarca, se introdujo el caudillo Tepehuano Gogoxito y sus seguidores y por un tiempo estuvieron asaltando junto con una bandada de “apostatas, gentiles, forajidos y bandoleros” a quien osase pasar por ahí, ayudando a darle el nombre de “Quebrada del Diablo”, mismos que fueron reprimidos violentamente varias veces, al pelearse aquí “las ultimas batallas de la rebelión tepehuana de 1618” según Gerhard.

O sea que para darnos una idea del barbarismo de esa época, estamos hablando de una región que aun ahora después de 400 años, es de lo más remoto de México y está de “mírame y no me toques”. Pero también es necesario decir que nosotros no tuvimos el más mínimo problema y todas las personas que topamos por el camino fueron de lo más hospitalario posible para con nosotros.

Aun cuando por el magnetismo que emana de éste, llegamos primero al pueblo de San Dimas, para simplificar un poco nuestro relato (mismo que es bastante sencillo) y seguir un orden más natural, iniciaremos este cuentito, por el poblado de Guarisamey que fue visitado por el padre Pedro de Gravina desde 1623, pero no fue hasta 1633 que el mismo establece una misión jesuita en la región.

El camino para llegar a estos lugares es en verdad peligroso, ya que al salir de Tayoltita hacia San Dimas o Guarisamey, difícilmente logra uno distinguir el mismo del montón de piedras que ves por todos lados, pero muy pronto te percatas de la ruta porque del lado de arriba siempre tienes un barranco y del lado de abajo está un desfiladero (bonitas vistas), así que simplemente no te puedes perder. Para llegar a Guarisamey, que sólo está al otro lado de la montaña a unos cuantos kilómetros de Tayoltita, es necesario un rodeo de casi dos horas de subir y bajar viboreando por la empinada cuesta del cerro, unos cuatro cientos metros de altura. Una vez que se le da la vuelta al cordón (topográfico) divisa uno el pequeño pueblito de Guarisamey y su iglesia, a quien todos los durangueños le debemos tanto..... continuará.

 

 
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