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CERRO DE LA CAMPANA.
Texto y fotografías. Walter Bishop Velarde.

Fue en 1978 cuando Harry Moller, fundador de la revista México Desconocido, voló en helicóptero por las Quebradas de Durango, registrando algunos de los sitios arqueológicos que están escondidos entre sus formaciones y estratos de tufa volcánica.

En ese entonces el área, era (todavía es) por demás remota, tanto así que la única forma de arrimarse, era por aire. Al parecer, Harry voló en un helicóptero Bell 206 Jet Ranger desarrollado por esta compañía en 1962 bajo contrato del ejército norteamericano, al mando del capitán Acosta. El helicóptero, era de la compañía LUISMIN, que por cierto en ese año fue adquirida en su totalidad por inversionistas mexicanos y que amablemente proporcionó el aparato para esta exploración.

Ya en nuestros tiempos, hace algunos días salimos por tierra, nuevamente en una aventura de exploración, al noroeste del estado, allá en los límites con Sinaloa, precisamente a visitar al célebre Cerro de la Campana y tienen razón, hay muchos cerros llamados así en la República, pero esta montaña en particular, se localiza por la Quebrada de Basis al lado sur de la misma, yendo con la corriente del río en dirección de este a oeste y está situado como a unos 20 kilómetros del pueblito de San José de Basis, varias veces célebre en la historia de nuestro estado por las bonanzas de los minerales que por ahí se encuentran.

El Cerro de la Campana sigue tan retirado como alguna vez lo fue para Harry Moller y si bien hay unos caminos rurales, que se acercan a la región, lo primero que tienes que hacer es salir rumbo a San Miguel de Cruces por la nueva carretera que sale del entronque de Coyotes en el Km 90 de la rúa Durango Mazatlán carretera federal no. 40.

No es por nada, pero a San Miguel de Cruces le falta muchísima infraestructura y aun cuando todavía retiene el romanticismo del título de “pueblo de madera” que le diera De la Riva en su película, en realidad no vemos porqué no puede tener servicios, como calles más o menos parejas, aun cuando sean de tierra, y algo de organización, pues todo está un tanto desarreglado o cuando menos esa es la impresión que nos dio.

De aquí continúas a San Antonio de las Truchas, un ejido bastante bien establecido propietario de las tierras alrededor del lago de Truchas con mucho futuro en turismo de naturaleza y hospedaje de cabañas. De este punto en adelante, los caminos aun cuando son de la sierra, no están tan malos como se imaginaria uno y más o menos continuamos a buena velocidad, pasando por La Manga, de arriba y de abajo, por Guachimetas de arriba y de abajo, no se exactamente por que tienen esa costumbre de “arriba y abajo”, pero todos los lugarcitos estaban bastante ordenados y las tierras de cultivo todas sembradas de avena, con algunas de maíz, lo cual refuerza la noción que la gente de la sierra es bien trabajadora y todos estarían en mejor situación, si tan solo hubiera más seguridad y ordenamiento de parte de los gobiernos.

De aquí (Guachimetas), todavía después de cuatro horas desde que salimos de San Miguel de Cruces, el camino se hace más rupestre y el terreno que hasta ahorita era más o menos plano con muchos “bajios y parejos” como dicen por allá, se hizo más escarpado y empezamos a divisar las grandes Quebradas, la de Basis y otras menores pero de varios cientos de metros de profundidad.

Todavía nos faltaba una hora más para llegar a “El Palmito”,(nuestro destino intermedio) una comunidad ya en terreno medio tropical y al final de una gran bajada, donde se nos quedó atorado el vehículo en un arroyito sin chiste, por lo cual perdimos algo de tiempo para sacarlo, de tal forma que cuando llegamos abajo, ya se estaba medio metiendose el sol.

En este ranchito, donde iniciaríamos la caminata, nos estaba esperando nuestro guía “Marco”, con una yegua prieta ensillada para ayudarnos con algunas de las mochilas, pues aun cuando llevábamos poca carga en su mayoría equipo, cualquier cosa en la espalda, después de un rato caminando, se hace más pesada. Pasaron algunos minutos de confusión, entre que considerábamos, que era muy necesario llevar y que seria mejor dejar en el vehículo de Aventura Pantera para aligerar más la carga, hasta que finalmente, salimos avanzando hacia abajo, por una vereda de piedra y lodo, entre las huertas y milpas, con sólo el reflejo del atardecer para ver donde pisar, pues el sol ya se había despedido.

Como llovió mucho, solo unos días antes, había agua por todos lados y los arroyos que estaban llenos, hacían un ruido estruendoso, cuando los cruzabas y en la noche por alguna razón se multiplicaba el sonido, de manera que te encapsulaba y por un instante, perdías el contacto mental y visual que llevabas con el resto de los compañeros, por lo que no te podías retrasar nada, ya que fácilmente puedes tomar otro camino y perderte momentáneamente.

Pasamos por “La Cañita” un rancho con plantas de plátanos, papayas etc., situado en medio del barranco, con nuestras lámparas ya encendidas y así seguimos el camino de herradura en la noche, subiendo y bajando por lo que parecían (y eran) unas profundidades, verdaderamente impactantes. Por ahí como a la mitad del camino por fin salió la luna y es increíble lo que su luz, (de una vela de intensidad) según los estudiosos 500,000 veces menos intensa que el sol, puede aluzar en lo negro de la noche, ya que nos ayudó bastante.

Después de como aquello de tres horas, bastante cansados y yo en lo personal con unos calambres bastantes rudos, por fin divisamos, gracias a la luna medio llena, nuestro objetivo (cerro La Campana) y ahora si que, hasta el cuero se me enchinó de ver la magnitud de la tarea por venir, todos los de la expedición nos quedamos con la boca abierta y es que el espectáculo del paisaje iluminado tenuemente, con algunas estrellas brillando, la gran Quebrada de Basis y el Cerro de la Campana, era verdaderamente extraordinario.

También se divisaba, allá muy abajo a unos 500 mts. de profundidad, unos sembradíos y la casita blanca, con su techo de dos aguas cubierto con láminas galvanizadas que brillaban en contraste de la noche, del rancho llamado “el Pino”, donde sería nuestro campamento base. Todavía nos tomo más de una hora, llegar al mentado ranchito, ya que la vereda, estaba totalmente llena de piedras de todos tamaños que a cada paso que dabas se te doblaban los tobillos, así que llegamos cansados a más no poder, eso es los citadinos.

No pudimos cenar mucho y es que entre todo el reborujo de la salida, nos trajimos muy poca comida y aparte de unos elotes que agarramos de las milpas, asados a la lumbre bastante buenos y una taza de café, nos preparamos para dormir. No saben la magnitud de los calambres que me dieron para meterme a la bolsa de dormir y no me cayó nada bien, las risas de los compañeros, pero ni modo, hay que sufrir un rato para después disfrutar más el momento.

Los gallos, en plural porque eran dos, empezaron a gritar y no digo cantar, porque no tenía nada de melodioso su kikiriki (en Francia hacen kokoriko, en España cucurigu), antes de las cinco de la mañana y no pararon hasta que salió el sol y se bajaron de los árboles donde duermen para defenderse de los coyotes que merodean por el lugar. Así que nos levantamos temprano como en los ranchos, a tomar café alrededor de la lumbre y prepararnos para lo que habíamos venido, ascender el cerro de la Campana.

Aquí en “El Pino” estábamos a 1500 mts., por cierto nada de frío y el cerro quedaba a 1800 mts. con una diferencia de 300 mts., que no es mucho, pero lo malo de todo, era que para llegar a donde iniciaba la cuesta, teníamos que seguir bajando cuando menos otros 200 mts. cruzando tres arroyos, con lo que tendríamos que subir nuevamente, 500 o 600 mts. y se dicen fácil, pero cuando lo haces con un ángulo del terreno de 45 grados, la subida es poco menos que inaccesible.

Inexplicablemente, quizás por la expectación pues van a decir que como soy iluso, pues desde que era piloto en la sierra allá por la década de los ochenta, al pasar en los avioncillos por el Cerro, claramente se distinguían las ruinas y desde esa época tenía la ilusión de venir por tierra y explorar la región, decíamos que sin razón de sentido, cuando menos su servidor, estaba de muy buenos ánimos, nuevamente con fuerza en las piernas y listo para empezar a subir .

Lo bueno de todo esto, es que mientras vas subiendo, con todas las veinte uñas a su máximo, agarrándote como puedes, de los zacates y ramas que encuentras, ayudándote con una vara como de bastón, que por cierto es muy efectivo y según dicen te quita más del 30% del peso corporal de las rodillas, pues obviamente son las que sufren más, vas en medio de un como paraíso, con mucha flora, viendo aves y el horizonte amplio admirando la profunda Quebrada con el río de Remedios que ahora podíamos ver, respirando un aire fresco ahora si que a bocanadas pues con todo y todo vas subiendo en serio. Continuará...

 
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