logo
franja
gris
inicio
durango
destinos
fotos
hoteles directorios cultura publicidad links contacto
gris
franja
blanco

 
 

 

SEMILLAS DEL PASADO
Texto y fotografías. Walter Bishop Velarde.

Ya había pasado bastante tiempo desde que traía en la cabeza la idea de ir al complejo ecoturístico de cabañas Puentecillas y hacer un campamento de unos dos días para refrescar el espíritu un poco y tomar algunas fotos de un área por demás interesante, usufructo del bien nombrado ejido El Brillante.

A mediados de semana por fin conseguí el permiso especial con las autoridades del predio para visitarlos y planee hacerlo de sábado a domingo, aun cuando por cuestiones de trabajo y oficina no pude salir hasta ya tarde e iba medio desorganizado, pero con la certidumbre de haberlo hecho en otras ocasiones, así que no era como para estar preocupado.

El camino al Salto, entidad de la cual no me canso de decir soy oriundo, pues estoy orgulloso de ser serrano, ahora con la autopista se hace realmente corto y en 40 minutos ya estás por ahí, después de comprar algunas cosillas que siempre se te olvidan como cerillos en este caso (muy importantes) se va uno por la carretera estatal hacia Pueblo Nuevo y no son más que 20 kilómetros para llegar a donde está muy bien señalado el rumbo de la empresa turística, voltea uno a la derecha para continuar por una terracería y llegar a las cabañas y su hermoso lago, mismo que definitivamente califica para ser una de las joyas más bellas del Tesoro de la Sierra Madre.

Aquí, como de costumbre, llegué a saludar a Don Melquiades, amable administrador del sitio y pregunté por la nueva entrada para llegar al arroyo de Santa Bárbara, y como ya era tarde y estaba rápidamente bajando el sol, emprendí el camino, por cierto un tanto demasiado rústico, pero nada que el “carrillo” no pudiera conquistar y especialmente yendo hacia el arroyo que era de pura cuesta abajo. Tomé algunas fotos del atardecer donde se veía a lo lejos la silueta del cerro de la Petaca, según se platica, en este lugar viven varios brujos y curanderos, ya sólo me quedaba aprovechar los últimos rayos del sol para encontrar donde acampar para pasar la noche.

Después de estacionarnos, “el Carrillo” y yo pues, ya éramos compañeros de viaje, preparé mi mochila donde cargo con todo lo necesario para pasar una noche, pues era importante no quedarse cerca del vehículo porque ahora si como le hacen los aventureros de Alaska que siempre ponen su comida lejos del campamento para que los osos no los ataquen, en este caso íbamos a dejar al pobre “carrillo” como señuelo en caso de que alguien se acercara primero hiciera ruido violentando a este y pudiéramos tomar alguna acción (correr).

Así que echamos todo a la mochila, unas tortillas de harina integral, un pedazo de queso menonita (hay que consumir lo que la región produce), un café, ese si de San Cristóbal Chiapas (lo que produce el país), azúcar, avena y leche en polvo, también llevamos agua pues con la sequía la sierra está como nunca la había visto de marchita y muchos manantiales que usualmente fluyen en el otoño están secos, además cargamos con una estufita diseñada para poderla llevar en la mochila para hacer el café y la avena, también llevábamos la bolsa de dormir y un colchoncito de esos que se enrollan muy prácticos y muy necesarios para dormir a gusto.

Ahora entraba lo técnico, pues de acuerdo a las nuevas circunstancias en esos sitios remotos, hay que ser más precavidos, lo que indicaba irnos sin ninguna luz para no atraer la atención de quien pudiera estar en este lado del bosque por alguna razón, la noche sin luna estaba oscurísima y con la ayuda de un palo habilitado en bordón me fui ahora si como ciego entre los arbustos, medio que nos caíamos y no por una distancia considerable. Al llegar a un “parejo” donde sentí con los pies la hojarasca muy acolchonada abajo de un madroño, ahí baje todo y me puse a meditar un rato.

El monte todo en silencio, no hacía aire, por lo tanto los árboles no se movían, además de que todavía no salía la luna, estaba nublado, lo cual hacía más oscuro el ambiente, era uno de esos momentos cuando juras que puedes oír tu corazón latiendo y hay un efecto como de “encapsulamiento” donde te sientes totalmente solo, los ojos ya acostumbrados a la negrura de la noche alcanzaban a distinguir gran parte de la vegetación que nos rodeaba y las líneas negras de las orillas del cañón donde corre el arroyo de Santa Bárbara. Al rato de estar ahí, un tecolote cornudo (sin albur) Bubo virginianus, cantó su inequívoco llamado huu huu, huuu, huuu, y todo callado otra vez, tampoco se alcanzaba a distinguir alguna hoguera de otras personas que estuvieran en la vecindad, por lo que finalmente decidí que al menos este rinconcito del bosque estaba en calma y que no había peligro eminente y pudimos hacernos un delicioso café latte. Ahora si que “por las de hule” como dice el refrán, no iba a hacer fogata por dos razones, una por seguridad, no quería dar a conocer mi posición en el arroyo y dos por precaución, pues está tan seco el bosque que cualquier descuido y puedes provocar un incendio que no vas a poder apagar con nada, así que mejor sin fuego.

Después de confeccionar unas quesadillas y poner mi “tendido” (colchón y bolsa de dormir) no aguanté más y caí rendido descansando de una semana muy agitada, ya en la madrugada desperté extrañado y me quedé un rato alerta para tratar de identificar qué me había animado, hasta que pude oír una zorra gris (gritan como pájaro) que lo más seguro se acercó por el olor de la comida. Me volví a dormir hasta que la luna se enseñó y de hecho me levanté a ver que foto podía tomar, pero las nubes la envolvían completamente y no tenía caso, regrese al mundo de los sueños .

En la mañana, que por cierto llegó bien rápido, me desilusioné un poco pues todavía estaba nublado y a mí en lo particular, el campo, las fotos panorámicas, me gusta tomarlas con mucho sol por aquello de los contrastes, después del desayuno me traslade al lado sur de la quebrada para bajar hasta el arroyo donde está lo más interesante.
Aun cuando hace unos dos años se hizo oficial la coservación a esta área, la misma siempre ha estado protegida por los ejidatarios sólo por lo bonito que es este bosque encantado, se puede decir.

Me sorprendí un poco cuando constaté todo el trabajo que han hecho los del ejido para hacer el lugar más accesible al público, pues con muy buen gusto instalaron unos miradores, escaleras para poder fácilmente llegar al arroyo y allá abajo puentes colgantes para pasar de lado a lado del mismo y poder seguir una vereda interpretativa con señalamiento y todo, se me hizo muy bien logrado el trabajo. Pero lo que yo quería ver era en qué estado se encontraban las Piceas, los enormes árboles centenarios que aquí en este pequeño paraíso viven.

Los criterios que se siguen para que una especie de cualquier cosa sea considerada rara o en peligro de extinción, son: 1) si hay escasos individuos de ésta, 2) si las áreas donde viven son pocas y menudas y 3) si la especie se puede adaptar a otros hábitas o sólo puede vivir en uno específico, lo cual es el caso de la Picea Chihuahuana Martinez que es rara y si, en efecto México es el lugar del mundo donde hay más diversidad y especies de pinos en existencia, pero la “Picea” es única y está al borde de desaparecer para siempre del planeta.

Además también se encuentran Abies o Cahuites, y el Pseudotsuga que aquí crecen hasta 40 mts. pero en el norte pueden alcanzar alturas de hasta 100 mts. con más de 4 mts. de diámetro, claro que también encuentras Madroños, Encinos, Cedros e infinidad de otras plantas como musgos y hongos que en conjunto hacen de este lugar algo extraordinario.

Todo estaba exactamente como lo recordaba y era lo que iba buscando, el sentimiento que captas es increíble, logras sentir una energía o paz que irradian los árboles, el agua del arroyo, el aire que se respira, los sonidos de los pájaros, del viento, todos juntos como una sinfonía, que sin duda alguna nutre tu espíritu con un acercamiento a la madre naturaleza intenso que refuerza en ti tus pensamientos y el marco a través del cual ves las cosas en tu vida de todos los días, le di gracias a Dios por las bendiciones que nos brinda y continué caminando por entre aquel paraíso apreciando cada resguardo de este mágico arroyo de Santa Bárbara, tomando fotos hasta de lo azul del cielo.

Después de un pasar rato extraordinario, me subí al “carrillo” y sonriendo todo el camino regresamos a Durango.

Por ahí nos vemos.

 
franja
gris
franja
© BISHOP + PIZARRO, CONSULTORIA Y PUBLICIDAD 2012
PROHIBIDA LA REPRODUCCION TOTAL O PARCIAL DE LAS FOTOGRAFIAS Y ARTICULOS CONTENIDOS EN ESTA PAGINA