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CAMINANDO EN LA NIEBLA POR EL BOSQUE, OYENDO SUS VOCES, DEVELANDO MISTERIOS
Texto: Walter Bishop Velarde. Fotografías: Walter Bishop Velarde.

Es muy fácil en este nuevo mundo en el cual vivimos, dejarte llevar tanto por las modas como por las tendencias tecnológicas y sociales.

En nuestra reciente visión de lo que es la vida cotidiana, reinan los bytes, las carátulas del celular, los continuos mensajes de lo vano repetidos por un “RT” cientos y miles de veces, en ocasiones a personas que no conoces y sobre temas que ignoras profundamente. Te invitan a reuniones de placer o trabajo donde casi todos los asistentes están inmersos en sus móviles participando en conversaciones que vienen de un lugar apartado o de la mesa misma, sin oír lo que se está diciendo a su alrededor. O sea, vivimos en una burbujita a la cual sólo dejamos entrar a pocas personas y hasta las niñeras se aburren porque los niños están sentaditos jugando en sus teléfonos celulares y no hacen ni ruido.

El caso es que nos hemos olvidado de elementos cruciales de nuestra existencia dándole prioridad a asuntos irrelevantes, sobreponiéndolos a verdaderos cuestionamientos importantes sobre nuestro ser.

Por lo que sintiendo un “jalón” del existencialismo, del aquí y ahora y de lo espiritual, contemplando la estrellita encajada en la cúspide del arbolito de navidad, nos hemos puesto a divagar sobre algunos motivos para la ocasión.

El cosmos indiscutiblemente había sido por millones de años algo así como la televisión de la humanidad. Antes de que el hombre descubriera cosas tan elementales como prender un fuego, se pasaba toda la noche admirando la bóveda celeste; de esta observación nació el conocimiento y solamente hace unos cuantos miles de años atrás, los egipcios y celtas en otros continentes y los mayas, aztecas e indígenas americanos habían descubierto la llave al movimiento y orden de las estrellas, sabían cuánto tiempo duraban los días, años y siglos, pero con ella también tuvieron acceso a lo sagrado y la admiración, ya que adoraban la magnificencia del infinito y finalmente del “todo poderoso”.

La humanidad antigua usó el conocimiento para grabar el movimiento estelar en sus calendarios con una fidelidad tremenda que aun ahora nos cuesta trabajo igualar; dejaron escrito en tabletas de barro y piedra bruta lo que ocurrió e iba a pasar, pero su complejo medio adivinatorio no pudo predecir cuánto nos apartaríamos del cosmos, de nuestra esencia misma, a tal grado que ya no volteamos para arriba y nos hemos escindido de ella.

Con motivo de la lluvia de estrellas Gemínidas que tuvo ocasión este pasado 13 de diciembre, tuvimos la oportunidad de visitar un ranchito de seguro parte de las joyas del tesoro de la Sierra Madre Occidental aquí en Durango, por el rumbo de Banderas del Águila (increíble nombre de un pueblito serrano) con el objetivo de contemplar la bóveda celeste de invierno que es uno de los espectáculos más increíbles que puede uno observar jamás, la conexión directa que al mirar el firmamento sientes cuando te unes a millones de seres que también en total reflexión miran hacia arriba es casi indescriptible. Y así nos la pasamos tomando fotografías de las constelaciones Pléyades, Tauro, Orión, la estrella más brillante del cielo Sirus, las propias Géminis y finalmente la Vía Láctea, donde con billones de otros cuerpos celestes tenemos nuestra casa. La experiencia fue extraordinaria. Que tengan una FELIZ NAVIDAD. Por ahí nos vemos.

 
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