En Durango el bosque (pino-encino) tiene una extensión de más de 64 mil kilómetros cuadrados más o menos (lammertink) y el gran macizo de la Sierra Madre Occidental corre de noroeste a sureste, de tal forma que casi la mitad del territorio durangueño es sierra a un promedio de altura de 2600 mts snm con varios picos de más de 3,000 mts de altura sobresaliendo Cerro Gordo con 3,340 mts sobre el nivel del mar.

El origen de nuestra sierra es volcánico, pero no precisamente de volcanes, sino de súper pero súper trincheras o zanjas y calderas (20 y 30 km de diámetro) que por millones de años estuvieron vertiendo lava hasta formar una macro plataforma de unos mil a mil quinientos mts de grosor de pura lava, convirtiéndolo en el evento volcánico más importante a nivel mundial en millones de años (McDowell and Clabaugh).

Por cierto que después de estar vaciando este material incandescente de líquido por quizás 150 millones de años, de repente como entre unos 30 o 40 millones de años deja de hacerlo solidificándose en una gran meseta de Nayarit hasta Chihuahua y mas allá, para luego rápidamente empezarse a erosionar hasta la fecha, a causa de grandes vientos y torrenciales lluvias formando a razón de estos flujos arroyos, ríos, cascadas, las quebradas mismas y una gran cantidad de formaciones rocosas de diversa índole que ahora en día visitamos por considerarlas muy interesantes y un excelente atractivo turístico natural.

De tal forma que tenemos muy buenos ejemplos de estas formaciones como Mexiquillo - “jardín de piedras”- y otros en la sierra, pero es muy probable que éste, el cual les vamos a presentar no tenga paralelo. Así pues la historia inicia con un vuelo especial donde se descubre el Gran Arco y decimos gran porque fácilmente tiene unos 25 o 30 mts de altura, sin embargo, se fijó el sitio en el GPS y se estuvo esperando el momento preciso para poder visitarlo, lo que sucedió hace solo un par de semanas.

Fue rápida la decisión y una mañana, no tan temprano, salimos en vehículo para un viaje de tres horas que nos dejó al borde de una quebrada tratando de encontrar el Arco, ya que una cosa es por aire y otra es andar a pie entre los pinos y maleza que te estorban para ver que había en el piso del cañón.

Rápidamente, pues ya empezaba a caer el sol, encontramos lugar para acampar y nos fuimos caminando por un terreno muy accidentado ya que fácilmente estaba el declive del mismo a 45 grados y apenas llegamos al lo que parecía el lomo del gusano o bestia y si efectivamente estábamos arriba del arco, pero no era posible bajar por lo alto de las formaciones y lo difícil del cerro ya que íbamos campo traviesa sin ninguna vereda que seguir ni nada.

De todas formas tomamos una buena serie de fotos y como ya el sol estaba ahora si cayendo, decidimos regresar lo mas rápido posible pues era inimaginable tener que caminar por este monte con solo una lámpara para ir viendo. Arriba en la ceja de la Quebrada montamos campamento e iniciamos una buena lumbre pues amenazaba el cielo con una helada tipo sierra, que luego ni fue tanto pero estuvimos con la ayuda de un buen ron platicando de cómo llegaríamos a la parte baja del arco ya que no traíamos equipo de rapel y francamente estaba bastante peligroso lo que pretendíamos hacer.

En la mañana después de un muy buen desayuno iniciamos otra vez el descenso ahora por otro rincón dificilísimo donde después de como unas 2 hrs de camino decidimos que era el rumbo equivocado y que de alguna manera nos habíamos hecho ahora si que bolas y ya sin tiempo para tratar de bajar por otro lado, decidimos dejarlo para otra ocasión.

En realidad no nos dolió mucho no haber llegado pues el terreno era impresionante, las formaciones eran tan gigantescas y copiosas que aun cuando no sabíamos el nombre real del lugar, que después bautizamos con “Tierra de Jabba” consideramos el recorrido sensacional e interesante, prometimos regresar e iniciamos el retorno a la ciudad. Por ahí nos vemos.